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LA REVISTA DEL PERONISMO LIBERAL Colección Noviembre 2009- Febrero 2011

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26 dic 2009

PANORAMA POLÍTICO SEMANAL

por Jorge Raventos
Fantasmas navideños


En vísperas de Navidad, el gobierno K desplegó una serie de hechos sólo a primera vista contradictorios. Filtró, en principio, la noticia de que el Estado garantizará a los agricultores la compra de alrededor de dos millones de toneladas trigo a unos 600 pesos la tonelada, sosteniendo de ese modo el precio del cereal; el anuncio firme se producirá en Entre Ríos el miércoles 29, apenas superado el Día de los Inocentes.

Por otra parte, el matrimonio presidencial agasajó en Olivos a unas decenas de empresarios meticulosamente elegidos (tanto en las inclusiones como en los vetos: por cierto no fueron convocados los dirigentes de la Mesa de Enlace agropecuaria, ni las figuras más representativas de la Unión Industrial Argentina ni, obvio, Héctor Magnetto, el CEO del Grupo Clarín y figura crucial de la Asociación Empresaria Argentina). La comida fue cordial, no hubo admoniciones ni deditos levantados, sino una cautivante convocatoria al diálogo tranquilo y discreto. ¿Se despertaron nuevas ilusiones en los hombres de negocios? ¿Imaginaron quizás a un Néstor Kirchner conmovido como un Scrooge por los fantasmas de las Navidades? La sabiduría convencional sostiene que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. No dice nada, en cambio sobre las sucesivas ocasiones de tropiezo. El balance de la reunión insinúa que, después de varios años de experimentar en cuero propio el viejo truco de la zanahoria y el palo, la mayoría de los empresarios ha decidido abandonar las quimeras. Sin embargo, todavía los hay que temen la capacidad oficial de retaliación o los que dependen decisivamente del Estado –lo que hoy equivale a la decisión de Olivos- en sus operaciones y su rentabilidad.

En la misma semana de esos gestos hacia sectores del empresariado, Néstor Kirchner aseveraba ante un grupo de los suyos que el oficialismo se prepara “para profundizar el proyecto" porque la elección del 28 de junio sólo “fue una anécdota, y nosotros fuimos la primera minoría”, el gobierno avanzaba sobre las reservas del Banco Central para pagar deuda (eludiendo así contener la hemorragia del gasto público), y los camioneros de Hugo Moyano recibían el respaldo de la señora de Kirchner mientras asediaban a una empresa petrolera.

Los cantos de sirena dirigidos hacia agricultores y hombres de negocios, tanto como los cánticos de guerra y los movimientos desarrollados en otros frentes forman parte de un plan de batalla. Los Kirchner, empezando por el jefe de la familia, no ignoran que el sentimiento privado hacia su gobierno de la mayoría de sus invitados del martes 22 (para no hablar del que reina entre los campesinos) oscila a esta altura entre la desconfianza activa y la hostilidad, pero la familia es más bien conductista: desprecia el diván psicoanalítico y se desinteresa de los pensamientos íntimos; lo que esperan como rédito de sus gestos endulzados por el espíritu navideño, son comportamientos tranquilos: que los empresarios y, al menos, un sector del campo no se sumen a los frentes de tormenta que ya amenazan el año del Segundo Centenario: una opinión pública crispada en la que los juicios favorables al oficialismo no alcanzan a dos de cada diez; un Poder Legislativo que se dispone a abandonar la dependencia, una situación de inseguridad al filo del desborde, una Justicia que empieza a mostrar los dientes, una economía que crea pobres e inflación, provincias y municipios en rojo y jefes territoriales cada día más impacientes, un justicialismo en estado de asamblea que se dispone a recuperar su vida política con autonomía del gobierno nacional.

De todos esos flancos, los que Néstor Kirchner siente como más acuciantes son el de la Justicia y el del peronismo. En el frente judicial el matrimonio presidencial pareció superar una prueba (como habían adelantado muchas versiones) merced al fallo absolutorio del juez Norberto Oyarbide, quien –basado exclusivamente en el informe del Cuerpo de Peritos de la Corte Suprema, un organismo que está a punto de ser reformado en virtud de las sospechas que recaen sobre él- absolvió consideró que el incremento patrimonial de 158 por ciento durante el último ejercicio de la sociedad conyugal Néstor y Cristina Kirchner estaba plenamente justificado. Hay que recordar, no obstante, que "Oyarbide en principio es un buen juez que puede equivocarse. Todos los jueces de primera instancia son revisados por la Cámara y luego por la Corte". Sobre todo, hay que tomar en cuenta este dato si quien lo evoca es el decano del Supremo Tribunal, Carlos Fayt. El magistrado advirtió además que, dado que seguramente tendrá que pronunciarse sobre este asunto, “sólo podemos hablar ante la prensa de lo adjetivo, no de lo sustantivo”. Lo “adjetivo” parece ser que el fallo de Oyarbide es revisable.

Her allí un tema judicial inquietante para los Kirchner. Hay otros: aparecen denuncias de sobreprecios en muchísimos expedientes de compras del Estado. El último, hasta la Navidad, fue el de los veinte aviones Embraer cuya adquisición para la (incompletamente) estatizada Aerolíneas Argentinas comprometió el gobierno “por razones políticas”, según confesó la señora de Kirchner. El abogado Ricardo Monner Sanz denunció que el precio establecido en esa operación supera en hasta 6 millones de dólares por aparato la cotización de mercado y también el precio abonado por otras compañías aéreas. Hay una larga nómina de asuntos crematísticos que se investigan en Tribunales: varios tienen que ver con las relaciones entre el gobierno K y el régimen que preside Hugo Chavez en Venezuela (la célebre maleta de Antonini Wilson, con dinero “para la campaña”, las irregularidades denunciadas por un diplomático de carrera en la administración de un fideicomiso de 90 millones de dólares, por sólo citar dos), el caso Skanska y, por cierto, el tema de los medicamentos truchos y la efedrina, que no sólo involucra a obras sociales de gremios amigos del gobierno, sino al financiamiento de la campaña electoral de Cristina de Kirchner y, de acuerdo a los últimos hechos difundidos, rozaría inclusive al jefe de gabinete, el contador Aníbal Fernández.

En su condición de ex intendente del conurbano (Fernández fue lord mayor de Quilmes) el hoy ministro coordinador mantendría relaciones con personas sospechadas de algunas operaciones letales. Después de haber obstruido la acción de la Justicia (“como elefante en un bazar”, según una magistrado de la Corte Suprema) Fernández incorpora con estas nuevas revelaciones más motivos para los reclamos de la oposición legislativa, que aspira a someterlo a juicio político y también a inaugurar con él el mecanismo de la remoción por “moción de censura” que establece el artículo 101 de la Constitución (Artículo 101.- El jefe de gabinete de ministros (…)puede ser interpelado a los efectos del tratamiento de una moción de censura, por el voto de la mayoría absoluta de la totalidad de los miembros de cualquiera de las Cámaras, y ser removido por el voto de la mayoría absoluta de los miembros de cada una de las Cámaras”).

En fin, en el plan de batalla de Néstor Kirchner, con tantos costados expuestos, un eje central es el manejo del Partido Justicialista, particularmente el del distrito bonaerense. Es en ese punto donde ha salido a desafiarlo Eduardo Duhalde cuando anunció que será candidato en 2011. Por el momento esa candidatura es casi una metáfora, quizás inspirada por un epigrama de don Hipólito Irigoyen: “En este país hay que ser presidente para poder ser portero de comité”. Duhalde sabe que el 2011 está muy lejos, pero sabe también que él, como dirigente de la provincia de Buenos Aires, no puede darse ese lujo que se permite Carlos Reutemann: administrar los tiempos . “La situación de Santa Fe es distinta a la de Buenos Aires –explicó Duhalde, para quienes quieran entenderlo-. Yo estoy donde están los cuarteles generales de Kirchner y tengo la necesidad de empezar a trabajar y organizar para que nunca más (Kirchner) sea dirigente, por lo menos en mi provincia". Habla un dirigente de la provincia de Buenos Aires. Aunque esgrime una candidatura nacional, Duhalde sabe que una condición previa e ineludible (aunque no suficiente) reside en desarticular el dispositivo de poder de Néstor Kirchner, que el hombre de Lomas ha bautizado como “liderazgo extorsivo”, cuya base territorial, sin asentamiento serio en ninguno de los otros grandes distritos, es hoy casi exclusivamente bonaerense.

Las movidas de Kirchner hacia los productores de trigo y hacia sus huéspedes empresariales son dos sospechosas banderas blancas izadas por un hombre acosado por las circunstancias que él mismo creó, son maniobras distractivas de un hombre personalmente comprometido en una guerra en la que no puede triunfar y en la que no se puede permitir la capitulación.

19 dic 2009

PANORAMA POLÍTICO SEMANAL

por Jorge Raventos

Ni Valenzuela es Braden
Ni Kirchner es Perón


Cuando, un siglo atrás, la Argentina se preparaba para festejar el Primer Centenario, el país no carecía, por cierto, de conflictos, pero esas tensiones estaban enmarcadas en un movimiento de crecimiento general. La Argentina tenía un lugar en el mundo: en términos numéricos se contaba entre las diez naciones más ricas del planeta; centenares de miles de inmigrantes se integraban al país, trabajaban, se educaban y educaban a sus hijos, ascendían socialmente; impulsaban cambios políticos que dos años más tarde se cristalizarían en la Ley Saenz Peña y poco después, puestas las primeras vigas de la democracia electoral, en la asunción como presidente de un caudillo popular apoyado en los inmigrantes y el criollaje.

A escasos días de ingresar en el año del Segundo Centenario, el país parece lejos de lo que se vislumbraba un siglo atrás. Como resultado de una política que se autodefine impulsora de un “modelo productivo y de distribución”, la Argentina termina 2009 en recesión y con inflación y lo que verdaderamente se distribuye es la pobreza. Surge hasta de las estadísticas oficiales que, pese a que durante varios años el país vivió tiempos de vacas gordas gracias a los buenos vientos de la economía mundial, el 70 por ciento de la población argentina recibe hoy menos de 600 dólares por mes y la mitad de las 15 millones de personas que trabajan como empleados, por cuenta propia o como patrones ganan menos de $ 1.500 (unos 400 dólares) por mes. Esas mismas estadísticas informan que en estos años la riqueza se ha concentrado aún más en pocas manos. Lo dicen las cifras del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec): el segmento más rico gana 26,2 veces más dinero que los pobres. La brecha creció tres puntos del año pasado a este. En el segundo trimestre de este año el 10% más rico de la población se quedó con el 32,9% de los ingresos mientras que el 10% más pobre sólo se adueñó del 1,3% de los ingresos. ¿Modelo distributivo?

Bien: a principios del siglo XXI transitamos ya por lo que muchos analistas llaman “sociedad del conocimiento”. Se dice que “la educación es el nuevo nombre de la justicia social” o, lo que se parece: abrir el camino al conocimiento equivale a distribuir recursos de capital, y esto es más importante que repartir ingresos. ¿Será quizás eso lo que está pasando en esta Argentina? ¿Estaremos mal en materia de riqueza, pero al menos estaremos mejor en materia de educación? No exactamente. En las evaluaciones internacionales sobre educación el país aparece decayendo. Por ejemplo: el Programme for International Student Assessment (PISA), una prueba que promueve la Organización para la Cooperación Económica y Desarrollo, analiza cada tres años las capacidades y rendimiento de estudiantes de la escuela media de unos 60 países. En la última de esas pruebas, donde se midieron performances de alumnos de 57 países, Argentina quedó colocada en en el puesto 52 en matemática y en el 53 en lectura y comprensión de textos. En el año 2000, Argentina había alcanzado el puesto número 34 en matemáticas y el número 35 en comprensión de textos: en pocos años el descenso fue abismal. Hoy se encuentra por debajo de todos los países de América Latina.

No es para menos: el país incumple sistemáticamente la norma que establece que los alumnos deben tener un mínimo de 180 días de clase al año. Nuestros vecinos del Mercosur tienen más días de clase que la Argentina y además, la mayoría de sus alumnos asisten a escuelas de doble jornada. Así, el país retrocede en materia de distribución del ingreso y también en lo que hace a formación y educación. La escuela pública, que era un orgullo argentino en el primer centenario, se encuentra en decadencia. Tanto, que hasta amplios segmentos de sectores humildes, a costa de enormes esfuerzos, envían a sus hijos a escuelas privadas en su ansiosa búsqueda de garantizarles una educación adecuada.

Es aconsejable conocer adecuadamente los resultados reales del “modelo de producción y distribución”, porque es en nombre de esa performance que el gobierno justifica medidas que atropellan el derecho de propiedad, el federalismo y el equilibrio institucional. Fue arguyendo una mejor distribución que se confiscaron las cuentas jubilatorias individuales de millones de asalariados para fundirlas en el barril sin fondo de la ANSES y financiar con ese dinero desde consumos privados hasta aventuras como la televisación estatal del fútbol . Es en nombre de ese modelo que se consumó precipitadamente una ley de medios de finalidad expropiatoria y manipulatoria que los jueces empiezan ya a declarar inconstitucional.

No los rasgos invocados por el gobierno sino la naturaleza real del modelo – inflacionario, recesivo, fiscal y políticamente unitario, socialmente regresivo y distribuidor de pobreza- es lo que conduce al creciente aislamiento y al incremento de las acciones de fuerza y las brusquedades institucionales. Figuras destacadas del gobierno (desde el jefe de gabinete a la señora de Kirchner) han maltratado a la Justicia en los últimos días. El contador Aníbal Fernández desatendió, desobedeció y obstruyó una orden de un juez y usurpó funciones de la Justicia al asumir la postura de árbitro de constitucionalidad de los fallos de un magistrado y de la procedencia de las medidas de otro. La señora de Kirchner, fastidiada también por decisiones de los tribunales, imputó a los jueces dependencia “de poderes económicos”. El gobierno, acostumbrado a actuar con una suma de poderes, empieza a sentir la fuga: el Congreso, con su nueva integración, resistirá la condición de escribanía a la que el ejecutivo lo redujo durante varios años. Los jueces descubren que pueden ahora actuar con mayor margen. Algunos gobernadores saben ya que pueden devolver al poder central las extorsiones de las que han sido víctimas. El cordobés Juan Schiaretti, volviéndose fuerte desde la debilidad financiera a la que fue arrinconado por la concentración de recursos federales en la caja central, amenazó nuevamente con apelar a la emisión de bonos para pagar las obligaciones de la provincia. La Casa Rosada acudió enseguida y pagó sus deudas a los cordobeses para evitar esa medida –que quizás se vuelva inevitable muy pronto- , pues sabe que ese ejemplo sería emulado por otros distritos que tienen iguales dificultades.

Si los gobernadores empiezan a imaginar medidas de autodefensa, la actitud también es ensayada por muchos intendentes de la provincia de Buenos Aires: Néstor Kirchner ya empieza a sentir el frío a su alrededor.

La discrecionalidad del gobierno queda cada vez más acotada y se vuelve cada vez más notoria e irritante.

El gobierno, por su parte también se irrita. Al hacerlo, profundiza su aislamiento. Sobreactuó su reacción airada contra el enviado de Barack Obama, que osó hablar de lo obvio: la inseguridad jurídica. Desde Olivos imaginaron que pelearse coléricamente con el subsecreatrio de Asuntos Latinoamericanos de Estados Unidos podía ser políticamente redituable y buscaron entonces alguna reacción pavlovianamente “antiimperialista” en la opinión pública o, al menos, en la propia tropa. Sólo Hugo Moyano, algunos periodistas de Canal 7 u algunos intelectuales de Carta Abierta respondieron al estímulo. Fuera de eso, nada. Es que en Olivos deberían comprender que ni Arturo Valenzuela es Spruille Braden ni Néstor Kirchner es Perón. Ni el 2010 es el mítico 1945.

15 dic 2009

DOCUMENTO CONFEDERACIÓN DE AGRUPACIONES PERONISTAS PORTEÑAS

LA HORA DE LA MILITANCIA
Para reconstruir el peronismo porteño.

Los hechos revelan el agotamiento de la estrategia de concentración de poder político y económico implementada por Néstor Kirchner, que genera hoy el rechazo de la gran mayoría del pueblo argentino, como quedó expresado en el pronunciamiento popular del pasado 28 de junio.

Este gobierno nada tiene que ver con el peronismo. El verdadero “partido gobernante” en la Argentina de hoy no es el peronismo sino el “Partido del Estado Unitario”, financiado con el presupuesto nacional. Su base de sustentación material es la subordinación económica de las provincias y los municipios al poder central, que arrasa con la vigencia del federalismo y las autonomías locales, incluida la de la ciudad de Buenos Aires, para disciplinar políticamente a gobernadores e intendentes. La Argentina es actualmente un Estado unitario y el gobierno necesita imponer esa condición al propio peronismo para poder subsistir.

Ese sistema de “Partido del Estado Unitario” es coherente con la estrategia orientada a crear un “capitalismo de amigos”, para beneficiar a un pequeño grupo de empresarios privilegiados, que conforman una oligarquía que prospera en virtud de sus lucrativos vínculos con el Estado, especialmente en materia de obras de infraestructura, y cuenta con la ayuda oficial para apropiarse de empresas petroleras, de compañías concesionarias de servicios públicos o de actividades que funcionan bajo licencia estatal, como el negocio del juego, así como de medios de comunicación social.

Mientras tanto, más allá de las mentiras del INDEC, los indicadores que más crecen en la Argentina son los que miden el avance de la pobreza y la desigualdad social. La Argentina padece el “escándalo de la pobreza”, que afecta a cerca del 40% de la población. Millones de compatriotas sumergidos en el desempleo o el empleo precario, la pobreza y la marginalidad social, agravados por los alarmantes índices de inseguridad pública y la expansión de la droga y el narcotráfico (en toda la Argentina y también en la ciudad de Buenos Aires), exigen respuestas efectivas, que no pasan por un asistencialismo de corto alcance, ni por un clientelismo que degrada la condición de los más humildes.

Esta estrategia de acumulación política y económica impulsada por el kirchnerismo llevó a la “estatización” del Partido Justicialista, cuyo Consejo Nacional fue convertido en una oficina pública y sus miembros en una mera comparsa de acompañamiento de Kirchner. Mientras, en la ciudad de Buenos Aires, el Partido Justicialista fue transformado en un simple sello, vaciado ideológicamente y carente de toda presencia política e inserción social.

El peronismo no nació para ser “pata” de nadie, ni en la Argentina ni tampoco en la ciudad de Buenos Aires. Su misión es conducir a la Argentina toda por el camino de la Felicidad del Pueblo y la Grandeza de la Patria. Por eso estamos dispuestos a luchar, desde adentro del peronismo y nunca desde afuera de él, para cumplir con ese legado de Perón y Eva Perón.

Desde la Confederación de Agrupaciones Peronistas Porteñas, concebida como una iniciativa abierta a la participación de toda la militancia del distrito, vamos a participar en la reorganización del peronismo a nivel nacional, en estrecha vinculación con la Confederación de Agrupaciones Peronistas de la Provincia de Buenos Aires y con los bloques legislativos del Peronismo Federal constituidos en las dos cámaras del Congreso Nacional.

Al mismo tiempo, y como tarea propia e irrenunciable, asumimos la responsabilidad impostergable de impulsar la recuperación del Partido Justicialista de la ciudad de Buenos Aires, para forjar un instrumento que canalice el debate y la elaboración de propuestas, la constitución de equipos de gobierno, la formación de cuadros y dirigentes, la activa participación de la militancia y la integración de las representaciones orgánicas de la mujer, de las organizaciones sindicales, de la juventud, de los profesionales y técnicos y de todos los sectores de la comunidad.

En esa misma dirección, nos proponemos impulsar una activa participación del peronismo en el proceso de institucionalización y elección de autoridades de las comunas porteñas. Igualmente, queremos abrir un diálogo constructivo con todas las fuerzas políticas del distrito para establecer coincidencias básicas sobre la afirmación de la autonomía de la ciudad de Buenos Aires en el contexto de una Argentina federal, en particular en relación a la seguridad pública, el transporte, la regulación de los juegos de azar y demás cuestiones fundamentales para la ciudadanía porteña.

Queremos organizar al peronismo porteño, a partir de la movilización de la militancia, para convertirlo efectivamente en una alternativa de gobierno para la ciudad de Buenos Aires en las elecciones legislativas y para la Jefatura de Gobierno del 2011.

El pueblo argentino, y en especial los vecinos de Buenos Aires, observan como la acción política está reducida hoy a la alquimia electoralista y a la multiplicación de operaciones publicitarias, que sólo buscan promocionar candidaturas mediáticas y cautivar a la opinión pública mediante el empleo de técnicas de marketing que promocionan imágenes separadas de los hechos.

La Argentina, que hoy navega a la deriva, requiere que la política vuelva a ser capaz de definir con claridad un rumbo estratégico, una visión de mediano y largo plazo que guíe su destino por varias generaciones. Desde 1945, el peronismo supo reinventarse ante cada uno de los desafíos que nos planteó la historia. Y la doctrina justicialista, inspirada en las enseñanzas de la doctrina social de la Iglesia, pudo adecuarse a la evolución de los tiempos. Las nuevas condiciones del siglo XXI reclaman nuevamente ese ejercicio de actualización doctrinaria, para definir los contenidos concretos que tiene hoy el objetivo permanente de edificar una Patria socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.

Esa nueva actualización doctrinaria demanda una propuesta organizativa y programática acorde con los tiempos, que brinde respuesta a los problemas que afectan a los argentinos de carne y hueso. Ese es el punto de partida para volver a poner al peronismo como eje de un proyecto nacional. Así podremos forjar la gran alternativa política superadora que nos permita otra vez encarnar, en la Argentina del Bicentenario, el camino de la esperanza.

CONFEDERACIÓN DE AGRUPACIONES PERONISTAS PORTEÑAS

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 9 de Diciembre de 2009.

12 dic 2009

PANORAMA POLÍTICO SEMANAL

por Jorge Raventos

La utopía del "país normal"

A principios de este milenio, importando (sin pagar licencia) una consigna del travestido comunismo italiano, Carlos “Chacho” Alvarez proponía como objetivo de -¿se acuerdan?- la Alianza , hacer de la Argentina : “un país normal”. Aunque él lo ignorase, Alvarez se inscribía con ese lema en lo que Jorge Asís (en rigor, la licenciada Carolina Mantegari, su sombra) denomina “el ineludible autocolonialismo cultural”, una acendrada vocación de sectores de la intelligentzia predispuestos a copiar frases y fórmulas surgidas de otras experiencias y a practicar la autoincriminación nacional. Proponer la “normalización” del país equivale, si bien se mira, a diagnosticar una enfermedad, una excepcionalidad argentina y a recetar consecuentemente una terapia específica para “anormales”.

Es cierto, los argentinos tenemos nuestras extravagancias: aquí se han secuestrado o mutilado cadáveres ilustres y se ha hecho un paralelo culto de los muertos; se ha ametrallado o atormentado a líderes gremiales, militares, estudiantes o guerrilleros; aquí se ha instaurado el “matrimonialismo” como modelo de ejercicio presidencial y se invoca la equidad social para justificar un brutal proceso de centralización y concentración de la riqueza. Pero “anormalidad”… ¿por comparación con quién?, podría preguntarse.

Veamos: ¿con países donde presidentes o primeros ministros mueren asesinados, como Estados Unidos o Suecia, o donde ex presidentes mueren envenados, como hoy se sospecha que le ocurrió a Eduardo Frei Montalva en Chile? ¿La comparación es quizás con ese país hermano en el que un ex sacerdote y hombre de ideas progresistas a poco de asumir la presidencia se ha visto enfrentado a la existencia de un número extenso (y creciente) de hijos surgidos de diversas relaciones obviamente extramatrimoniales? ¿Con la Italia del mismísimo Silvio Berlusconi, criticado desde algunos medios por sus fiestas zafadas y sus escorts? ¿Con la Francia donde el ministro de Cultura, sobrino de un ex presidente, exalta el turismo sexual a destinos exóticos? En fin, la lista podría continuarse hasta agotar el catálogo de miembros de las Naciones Unidas: hay una inconducente falta de perspectiva en esa inclinación a atribuir a algún metafísico mal nacional los problemas que el país afronta cuando debe abordar los desafíos de progresar, de vincularse con el mundo o de hacerse cargo de las transformaciones de la época.

Conviene, más bien, registrar sin disimulos ni subterfugios los problemas a resolver y hacerlo con pensamiento propio, en lugar de esconderse tras anteojos ajenos o excusas ideológicas.

Abel Parentini Posse es un reconocido intelectual y un polemista sin pelos en la lengua. Se podrá adscribir o no a muchas de sus afirmaciones, pero lo que no puede negarse es que su estilo, lejos de inscribirse en la línea insípida y esterilizada de lo “políticamente correcto”, se ubica en la estirpe sanguínea, atrevida y provocativa que ejercitaron los mejores pensadores de la Argentina, de Sarmiento y Alberdi a Leopoldo Lugones o Arturo Jauretche, de José Hernández y Olegario Andrade a Ramón Doll o Rogelio Frigerio.

Esta semana, en un movimiento inesperadamente audaz , Mauricio Macri designó a Posse ministro de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, en lugar de Mariano Narodowsky, un técnico prolijo que, pese a moderar sus posturas pedagógicas más filosas para no chocar frontalmente con el establisment educativo y gremial, terminó siendo empujado fuera de su cartera con una rocambolesca historia de espionaje destinada en principio a descalificar la instauración de la policía porteña.

Era esperable que la figura de Posse suscitara el rechazo de los sectores dominantes en el sistema educativo. Resulta interesante observar que ese rechazo asumió la intención de una proscripción ideológica, se pareció al deseo de instaurar una suerte de delito de opinión.

“Mussolini y Hitler son un poroto al lado de este personaje”, aventuró un gremialista y legislador kirchnerista, Francisco Nenna. Después de esa moderada analogía, concluyó que Posse “es un personaje nefasto que no puede estar al frente de un sistema educativo”.
“Tendría que responder por qué fue diplomático en la dictadura militar”- increpó sin demasiada coherencia el secretario general de uno de los gremios docentes , Manuel Gutiérrez. Esa pregunta podría hacérsela a los afiliados a su sindicato, y los maestros y profesores que siguieron en sus puestos durante los años del Proceso le responderían, con toda lógica, que no querían abandonar la profesión para la que se formaron. ¿Sería ese un crimen, acaso?

El barullo alrededor de Posse se generó porque el flamante ministro porteño había dicho por los medios algunas cosas que sus opositores prefirieron adjetivar antes que discutir. Por ejemplo, Posse, interrogado sobre el tema de la seguridad, afirmó que “en nuestro país el gatillo fácil lo tienen los delincuentes”, que “reprimir es obligación del Estado” y que “cuando se asesina disparando sobre alguien indefenso, a los 14 o 16 años, no hay niño que valga, la entidad ‘asesino’ prevalece sobre la entidad biológica”.

Esos juicios, que para dirigentes como Nenna o Gutiérrez convierten a Posse en alguien peor que Hitler y para algunos columnistas expresan “una derecha rancia”, pueden ser minoritarias en los círculos bienpensantes pero reflejan con enorme nitidez lo que opinan amplísimos sectores del popolo minuto, que es la víctima principal de la delincuencia y el que más sufre la “sensación de inseguridad”, para decirlo con la célebre frase de Aníbal Fernández. “¿Qué cantidad de poder tendrá que tener el futuro gobierno democrático después de la demolición institucional de los K y la anarquización, desjerarquización e indisciplina que van de la misma familia, al colegio, a la universidad?”, se preguntó el futuro ministro de Educación.
Se refirió también a cierta acción gremial de los sindicatos docentes, quejándose de quienes “negocian sobre los chicos, que es como ponerles un revolver en la cabeza”. La imagen podrá sonar fuerte, pero no está mal que un ministro de Educación recuerde que el centro y el objetivo del sistema son los niños y su formación, y que a ese objetivo deben subordinarse todos los medios disponibles.

La situación general y la jerarquía de valores están tan desquiciadas que hablar desde el sentido común parece una desmesura.

El movimiento que llevó a Mauricio Macri a designar a Posse pareció formar parte de un giro más amplio del jefe porteño: sus principales designaciones de mitad de mandato estuvieron ligadas a una mayor politización de su gabinete, hasta ahora caracterizado más bien por lo técnico y por la ilusión de una gestión neytral y eficaz. Además de Posse, Macri incorporó como ministro a Diego Santilli, una expresión del peronismo dentro del Pro. Si se recuerda que Posse forma parte del Movimiento Productivo Argentino que orienta Eduardo Duhalde y fue acercado al jefe de gobierno por Ramón Puerta, una de las primeras espadas del peronismo federal, habrá que deducir que Macri encara la segunda etapa de su gobierno capitalino mirando a una estrategia nacional en la que busca estrechar los vínculos con el peronismo no kirchnerista.

En la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli también introdujo cambios en su equipo coincidentes con la mitad de mandato. Su hermano José dejó la secretaría general y allí probablemente arribe un hombre de mucha confianza del gobernador, Javier Mouriño. Se fue asimismo Claudio Zin, del ministerio de Salud, una cartera golpeada por el escándalo de los medicamientos adulterados. Pero los problemas que afronta Scioli van más allá de los temas de gabinete. La dependencia bonaerense de los recursos que la caja central le provee con cuentagotas complica la gestión y provoca malestar político.Los problemas en el terreno de la seguridad son un epifenómeno de enorme repercusión de esa cuestión de fondo.

Los jefes territoriales del Gran Buenos Aires deliberan en las últimas semanas en diferentes cenáculos, alguno coordinado por Sergio Massa, otro –más vigoroso- contenido por el vicegobernador Alberto Balestrini. Hay preocupación por la situación de la provincia, hay malestar por la presión que Néstor Kirchner ejerce sobre el distrito. Hay inquietud por el proyecto que se cocina en Olivos de establecer a un “pingüino” (¿Julio De Vido?) como administrador de un fondo especial, en una suerte de intervención financiero-política de la provincia. La combinación de todas esas dificultades constituye la pesada cruz que Daniel Scioli viene cargando.

En el riñón del gobierno de la familia Kirchner empieza a cundir el temor por la situación bonaerense. Menos por los padecimientos del gobernador que por la certeza de que una crisis en el distrito representa una peligro mortal para la gobernabilidad.

10 dic 2009

LA FUSIÓN PERONISTA-LIBERAL

por Diana Ferraro

Después de los éxitos de los años 90, cuando peronismo y liberalismo, sin demasiado trabajo teórico previo, se unieron en feliz coincidencia en un programa estratégico para la Argentina, se vuelve a avizorar, en la década próxima a iniciarse, la misma unión política, más sólida y mejor estructurada. A pesar de lo que para muchos puede aún continuar siendo un oximoron político, abundan los presupuestos para volver a pensar un matrimonio político fértil entre las dos corrientes que han combatido con más encarnizamiento durante buena parte del siglo XX. Sin embargo, toda vez que se contempla una fusión política peronista-liberal, existen resistencias a vencer, muy definidas y visibles dentro de ambas corrientes de pensamiento.

Dentro del liberalismo, se puede considerar ya superado el factor racista que determinó buena parte de lo que el peronismo denominó gorilismo. En este caso, quedó un saldo a favor del peronismo que logró demostrar su razón histórica, al incorporar las grandes mayorías nacionales al poder político y al producir el milagro sociológico, único en la América Latina de su tiempo, de convertirlas en una rotunda clase media. Pero, con comprensible razón, el liberalismo desconfía de ciertas actitudes muy arraigadas dentro del peronismo y que, después de los gobiernos de Duhalde y de ambos Kirchner, no parecen sino haber empeorado. A saber, el abuso de poder por encima de la Constitución, la escasa vocación republicana, la corrupción siempre latente en aquellos que encuentran en el Estado la ocasión de enriquecerse y transformarse a su vez en aquella oligarquía tan envidiada y, lo que parece ser la marca en el orillo de los argentinos por un excesivo apego a los modelos europeos, el estatismo siempre preferido a la libertad de la iniciativa privada. En este sentido, es el peronismo el que tiene que hacer un gran esfuerzo de modernización, no de su doctrina –que expresa las creencias populares y el sistema de valores cristiano que le dieron origen—sino de sus instrumentos. Dentro del conjunto peronista, ya se ha avanzado mucho en la conciencia de la necesidad de un respeto absoluto a la Constitución y en la conveniencia colectiva de una perfecta institucionalidad, respetando la independencia de los tres poderes. Si bien el kirchnerismo, desde sus posturas de izquierda setentista continúa atrasando en este tema, el resto del arco peronista desde el duhaldismo al peronismo disidente, pasando por un menemismo también evolucionado en este aspecto, se puede decir que el encuentro con el liberalismo es total, en lo hace a la actitud republicana.

Donde el peronismo y también el movimiento afín más liberal del PRO, continúan haciendo agua, es en la revisión de los instrumentos administrativos, de gestión, de política económica y de política exterior. Ideas muy arraigadas acerca de la superioridad del estatismo --siempre centralista, además-- o de la conveniencia para la Argentina de tener mejores lazos con Europa que con los Estados Unidos, se han transformado en clichés políticos paralizantes que impiden pensar propuestas ambiciosas y renovadoras para la Argentina. Existe un lastre ideológico no identificado que perturba el correcto análisis de muchos de los problemas argentinos y equivoca, por lo tanto, las soluciones. La incoherencia fiscal es uno de los ejemplos más evidentes, ya que aún no se ha hecho un estudio serio para replantear el modelo impositivo federal, llave del crecimiento nacional. Peronismo y liberalismo deben no solo entablar una discusión desprejuiciada sobre la descentralización administrativa, la privatización y tercerización de servicios estatales, sino trabajar en la creación de una estructura impositiva genuinamente federal, en la cual las provincias recauden y administren sus impuestos, coparticipando a la Nación, en vez de a la inversa, como en la actualidad. Estas discusiones deben suceder mucho antes de que un presidente peronista liberal o liberal peronista llegue al poder, de modo de evitar muchas de las confusiones que malograron los éxitos de los años 90. Es importante volver a hacer notar que el estallido final de la economía a fines del 2001, se produjo por la errada visión de dirigentes anti-liberales como Duhalde y Alfonsín que apuraron una situación que podría haber tenido otro final, si el peronismo hubiera estado más en claro en los aspectos administrativos provinciales, y la población mejor instruida e informada sobre las reformas pendientes.

Así como en los 90, fue el liberalismo el aportó el bagaje teórico para la modernización de la economía, ahora es el peronismo el que debe completar ese bagaje, añadiéndole sus mejoras, en especial aquellas que se extrañaron bastante en esa década y cuya falta se siente muchísimo más ahora, y que hacen al cuidado y a la efectiva promoción de millones de personas degradadas otra vez a la categoría de pueblo marginal, como si el peronismo nunca hubiera existido. Esta degradación tiene su origen principalmente en la falta de una adecuada compresión de los instrumentos de la modernización por parte de la dirigencia política peronista, que no acompañó en su momento la revisión de los instrumentos de política económica, con una revisión modernizadora de los instrumentos de política social.

La política exterior fue muy bien encaminada en los 90, en una fértil asociación del peronismo doctrinariamente nacionalista, continentalista y universalista con el liberalismo globalizador. Luego, sin embargo, los caminos se separaron y, mientras que el peronismo se esmeró en cultivar una visión provinciana del continentalismo, encerrándose en las propuestas del Mercosur o en las de la asociación bolivariana de Chávez, el liberalismo se inclinó por una visión globalista generalizadora, abandonando detrás del desinterés de los Estados Unidos por la región después de Septiembre de 2001, todo objetivo continentalista. Está aún pendiente, tanto en la Argentina como en los Estados Unidos, la discusión sobre una comunidad americana, no sólo de libre comercio, sino política y militar. En este caso, es el peronismo el que por su propia vocación específicamente continentalista, debería plantear el debate y las iniciativas a llevarse a cabo con otros sectores afines, oficiales o no, en todo el continente. El continentalismo es, para la Argentina, el eslabón perdido en su proceso de globalización. De algún modo, también representa una gran oportunidad perdida para los Estados Unidos, y es en esta confluencia que peronismo y liberalismo pueden volver a encontrarse, para entrar con una mayor y distintiva fuerza en el proceso globalizador.

La fusión del peronismo y el liberalismo en un proyecto teórico común, debería continuarse luego en la organización de un espacio institucional. En las sucesivas discusiones en el Foro Partido Justicialista, exploramos la idea de que, una vez removido Kirchner de su ilegítima presidencia partidaria, fuese el Partido Justicialista el que albergase la fusión. Como heredero de la tradición más conservadora y ya renovado en parte durante los 90, y siendo el gran partido nacional más reciente y moderno, le corresponden los honores de dueño de casa. Como continua siendo una casa usurpada, el brote de partido alternativo del PRO puede crecer en la circunstancia, ofreciéndose como segunda opción, sin descartar una tercera, un nuevo partido armado con toda la decisión e inversión necesaria. Por algunos meses, el envase es lo de menos, siendo más importante crear conciencia acerca de la fusión y promover un debate público sobre todos aquellos temas que hace tiempo no se revisitan con la energía necesaria.

Peronistas y liberales pueden, como representantes de las dos corrientes culturales más profundas de nuestro pueblo, aunarse en un espacio que exprese ese conservadorismo cultural, hoy ya sumado en el acervo histórico y espiritual de los argentinos, y sólo contestado por aquellos que se resisten a abrevar en alguna de esas dos fuentes que formaron nuestro país, y recurren a otro tipo de inspiración, marxista, socialista o social-demócrata de raíz europea. Católicos o masones, protestantes o judíos, los peronistas y liberales tienen hoy en común la espiritualidad de su fe y su visión trascendente de la historia común. Si durante los siglos pasados tendieron a enfrentarse por sus diferentes versiones de la historia, el siglo XXI los encuentra automáticamente alineados, unidos y sin grietas, frente al ateísmo y al terrorismo islámico.

Cuando sólo algunos prejuicios del pasado separan dos poderosas fuerzas, y cuando el único futuro posible de la Argentina reclama su obligatoria unión, la hora no podría ser más propicia. El destino final de una Argentina próspera y feliz, requiere simultáneamente el aval y sostén de las grandes mayorías y el gobierno de la estricta modernidad del liberalismo.

8 dic 2009

EL LIBERALISMO Y LA CONSTRUCCIÓN DE PODER

por Jorge Raventos

(Texto de la intervención de Jorge Raventos en el marco del Seminario Los Desencuentros de la Libertad en América Latina, organizado por la Fundación Friedrich Naumann y la Universidad de Belgrano. Del panel participaron asimismo el escritor Marcos Aguinis, el sociólogo Marcelo Leiras, de la Universidad de San Andrés, y Eduardo Marty, Director Ejecutivo de la Fundación Junior Achievement)

Uno de los problemas del liberalismo para desplegarse como fuerza política eficaz en nuestros países ha sido, probablemente, que el centro de su concepción se basó en lo que Isaiah Berlin llamó "libertad negativa", es decir, el proyecto de limitar la autoridad antes que desarrollarla y ejercerla. O, como resume esa postura Mario Vargas Llosa, el ver "siempre en el poder y la autoridad el peligro mayor".
Para esa visión liberal –sostiene Vargas Llosa- "mientras menor sea la autoridad que se ejerza sobre mi conducta, mientras ésta pueda ser determinada de manera más autónoma (…) sin interferencias ajenas, más libre soy".
Una mirada de esta naturaleza está, por definición, condenada al fracaso político, ya que no sólo sospecha de los poderes existentes, sino que desconfía del poder per se y renuncia a construir poder, que es el sentido de la política. Esta renuncia es un dato relevante y volveremos sobre éso.

Pero antes de avanzar en ese camino, vale la pena subrayar otro aspecto limitativo de esa visión: es la concepción, digamos, "robinsoniana" (por Robinson Crusoe), que vincula la libertad con –como nos decía Vargas Llosa- "la no interferencia" ajena, con el aislamiento. Esa postura, resumida en el conocido lugar común que sostiene que "la libertad de cada uno termina donde empieza la libertad ajena", contempla como contradictorias la libertad y la vida en sociedad; concibe la soledad como el mayor volumen de libertad alcanzable (nada de interferencias).

Rastros de esa manera de ver pueden encontrarse, paradójicamente, en posturas a primera vista alejadas del pensamiento liberal, pero convergentes con ese liberalismo en ese punto: se es más libre autoexcluyéndose de instituciones como el Fondo Monetario Internacional; se es más libre rechazando los flujos comerciales, financieros, culturales que tejen el fenómeno que llamamos globalización. Posturas que a menudo son designadas como "progresistas" son descendientes de esa visión de la "libertad negativa", de ese liberalismo robinsoniano que informó en buena medida cierto pensamiento y cierta política liberal en el continente.

Otro rasgo que ha sido un obstáculo para la buena asimilación política del liberalismo entre nosotros –rasgo que muchas veces aparece en conexión con los anteriormente mencionados- ha sido la dificultad para encontrar nexos entre la idea de libertad y la historia y vivencias concretas de los pueblos americanos. Más aún: la concepción elitista de que ideas forjadas en otras realidades y para afrontar desafíos específicos y diferentes, debían ser aplicadas inclusive "a palos" y, cuando se demostraba impracticable inclusive ese método, cuando "las camisas de fuerza ideológicas eran destrozadas por sacudimientos populares", la no asimilación de esas ideas terminaba juzgándose como prueba de un supuesto "atraso" de la sociedad (mejor dicho: del pueblo, de los sectores mayoritarios). Se trataba, en rigor, y para decirlo con palabras de Octavio Paz, de "una expresión más de la rebeldía de la realidad histórica frente a los esquemas y geometrías que le impone la filosofía política (…)Los desórdenes y las explosiones han sido la venganza de las realidades latinoamericanas".

Hay un hilo sutil que vincula todos esos aspectos del liberalismo basado en la "libertad negativa" que he mencionado: sospecha de la autoridad y búsqueda de neutralizarla o disminuirla; desconfianza de todo poder; renuncia a la construcción de poder; aislacionismo, elitismo, ideologismo. Ese hilo asegura insoslayablemente la esterilidad política.

Cuando decimos Política, aludimos a una propuesta destinada a actuar constructivamente en la sociedad, creando poder social. Y la sociedad no es un archipiélago de átomos que de la nada se relacionan a través de un contrato, sino el producto de una historia: un magma original que se va desplegando y complejizando, pero en el que subsisten siempre elementos de la ligazón original. Las libertades se van desplegando en esa historia.

Esa es la concepción de un liberalismo distinto, expresado emblemáticamente en nuestro país por Juan Bautista Alberdi (pero no sólo por él). Es Alberdi quien, en su Fragmento Preliminar al Estudio del Derecho cuestiona las "teorías exóticas" con su "no sé qué de impotente, de ineficaz, de inconducente" con sus "medios importados y desnudos de toda originalidad nacional" que "no podían tener aplicación en una sociedad cuyas condiciones normales de existencia diferían totalmente de aquellas a que debían su origen exótico".

Alberdi llama a reconocer la realidad, la realidad nacional, la legitimidad de un poder nacional: "El poder es inseperable de la sociedad (…la plenitud de un poder popular es un síntoma irrecusable de su legitimidad…refleja el carácter del pueblo que lo crea …"

Frente a la idea y la práctica del aislamiento, Alberdi –como lo harán también José Hernández, Olegario Andrade y otros en la misma sintonía- refuerza el concepto del vínculo. Frente al desprecio o la sospecha del poder (que, voluntaria o involuntariamente empuja a la anarquía y a su contrafigura simétrica, el despotismo) ellos apuestan a la organización, a la Constitución. Es que comprenden la clave secreta que conecta el "ser" sujeto al "estar" sujeto, conectado, ligado al Otro, a los Otros. Una clave que en idioma inglés tiene la misma palabra –subject-para el sujeto gramatical y para el súbdito. Somos sujetos, cuando estamos sujetos. Antítesis del liberalismo robinsoniano: somos más libres cuando estamos más ligados, más conectados.

Contra lo que postulan los bulliciosos posicionamientos anti-globalistas (que, irónicamente, suelen movilizarse con hábitos globalizados), la libertad y el bienestar de las personas que viven en nuestro planeta no han decrecido con la llamada globalización, es decir, con la multiplicación de conexiones y flujos comunicativos, productivos, financieros y de intercambio de las últimas décadas.

Desde la expansión de la primera revolución industrial, a fines del siglo XVIII, Inglaterra necesitó medio siglo para duplicar su producto. Cuando Japón hizo lo mismo cien años más tarde, tardó 34 años. Y cuando Corea del Sur hizo lo propio otros cien años después, le llevó sólo 11 años.. China viene expandiendo su producto desde las reformas de mercado de Deng Xiaoping a fines de los años '70 y multiplicó por 15 su riqueza en tres décadas.

No se trata de proezas apenas cuantitativas y sin consecuencias sociales. Las estadísticas hablan por si solas. Durante los últimos 40 años, la esperanza de vida en los países en vías de desarrollo ha crecido de 46 a 64 años. En los últimos 30 años, la renta media en los países en desarrollo se ha duplicado. Durante las últimas dos décadas, la proporción de la pobreza absoluta - es decir, las personas con un ingreso inferior al dólar diario - se ha reducido del 31 al 20 por ciento. Incluso, a pesar de que la población total ha aumentado en 1.500 millones de seres. Siguen existiendo grandes problemas, pero parece obvio que el mundo globalizado, en muchos aspectos, se ha convertido en un sitio mejor.

Las nuevas tecnologías y la densidad y alcance de los flujos de comunicación amplían las libertades en términos dramáticos. También se constituyen, si se quiere, en instrumentos de deconstrucción de instituciones y vínculos preexistentes. Y en motores de una ilusión nueva, pues al mismo tiempo que reducen al absurdo la postura robinsoniana y subrayan las capacidades de la libertad asociativa, la globalización y sus instrumentos tecnológicos estimulan, en cierto sentido, otro de los vicios que habíamos enumerado: la tendencia a negar los vínculos más profundos que ligan (y en gran medida determinan) los comportamientos sociales. Generan en algunos la ilusión de que la única adhesión y pertenencia relevante ha pasado a ser La Red, que la ciudadanía consiste en estar on line, que ha dejado de tener importancia la pertenencia a naciones y pueblos y que lo verdadermente importante ha pasado a ser la pertenencia a las tribus y grupos –a menudo efímeros- que se autoconstituyen en la red.

Falsa alternativa: sin duda la intensísima conectividad social que caracteriza la globalización ha generado nuevas e importantes formas de relacionamiento y de creación, definición o vigorización de identidades. Esto en absoluto desintegra identidades tradicionales. Comenta Raúl Castells: “Es claro que las identidades no sólo se reciben de la sociedad, sino que también se construyen individualmente. Pero se construyen con los materiales de la experiencia, de la práctica compartida, de la biología, de la historia, del territorio, de todo lo que hace nuestro entorno y el entorno de nuestros ancestros. Cuanto más materialmente arraigada está una identidad, más fuerza tiene en la decisión individual de sentirse parte de esa identidad”. Y sentirse parte tiene sus virtudes: “Para la mayoría de la gente, sobre todo en un mundo globalizado en el que flujos de poder, de dinero y de comunicación hacen depender nuestras vidas de acontecimientos incontrolados y decisiones opacas, la pertenencia a un algo identitario proporciona sentido y cobijo a la vez, crea un mundo propio desde el que se puede vivir con más tranquilidad el mundo de ajenidades”. En las condiciones de la globalización nuestra libertad se amplía porque estamos infinitamente menos aislados, porque estamos infinitamente más conectados con los Otros. Pero también porque nuestra ligazón a una red de identidades tradicionales, históricas, nos permiten navegar con mayor seguridad ese océano inmenso y creciente de nuevas libertades.

La idea de la desterritorialización y del vínculo cosmopolita, cósmico o internético como predominante, puede coincidir en parte con la experiencia de vida de un sector que vive más en los flujos que en Tierra Firme, que se mueve al compás de las tecnoburocracias internacionales o en funciones de la economía mundial más altamente integrada y puede habitar hoy en Filadelfia, mañana en Delhi y pasado en Oslo. Pero, aunque creciente, se trata, ése, de un sector todavía muy minoritario: la enorme mayoría de la población mundial sigue básicamente anclada a la tierra y, por lo tanto, a las identidades que fluyen de esa pertenencia.

Una vez más: una política liberal (en rigor: cualquier propuesta política, independientemente de su signo) se divorciará de la sociedad -de las personas y los grupos que constituyen la sociedad- si ignora o desprecia y si se desvincula de ese tejido multidimensional, que incluye factores de cambio y factores de permanencia, identidades tradicionales y nuevas identidades forjadas en la atmósfera de la época, tiempo y espacio, flujos y territorio. Octavio Paz lo dice bellamente, en una reflexión de carácter cultural y muy situada, pues habla de México, aunque tiene plena aplicación a la política del continente: “Nuestras obras y nuestras ideas son hijas de las bodas del tiempo y la tierra: la movilidad extrema y la obstinada estabilidad. Todo esto compromete no la realidad de nuestra cultura sino la posibilidad de reducirla a series de conceptos”.

Creo que el ideologismo abstracto que se puede imputar a las corrientes liberales, y que determinó sus dificultades para enraizarse en la política democrática argentina con pie propio y presencia vigorosa, no ha sido (ni en el capítulo de las causas, ni en el de las consecuencias) monopolio de esas corrientes. Las grandes fuerzas políticas argentinas del siglo XX (el radicalismo y el peronismo) redujeron a las corrientes liberales y a otras (marxistas, democristianas, nacionalistas) al rol no insignificante de usinas ideológicas y escuelas de pensamiento, pero las mantuvieron devaluadas en el terreno electoral, que es, por cierto, el de la legitimidad democrática.

Como consecuencia de esa dificultad para recuperar terreno en el ámbito del poder democrático -un espacio que había ocupado enérgica y creativamente a fines del siglo XIX, con la emblemática generación del 80, y que se empezó a perder con el ascenso de Hipólito Irigoyen, en 1916- sectores del liberalismo argentino buscaron la diagonal de la conspiración y el golpe de estado.

Ese pecado, que muchas veces le fue imputado, entraña, en rigor, una contradicción con los principios políticos que el liberalismo invoca. Más que un crimen, ha sido un error. En cualquier caso, todos las fuerzas políticas ensayaron en uno u otro momento el camino de la conspiración militar. Los liberales que lo hicieron quisieron encontrar por esa vía un remedio veloz a la impotencia política y se justificaron a sí mismos alegando que al menos trabajaban por la libertad económica.

Nadie podrá discutir el mérito de pensadores y aun políticos liberales en la difusión de los conceptos de la economía libre. Nadie podrá negar, tampoco, que al hacerlo desde gobiernos minados en su legitimidad democrática, propensos a los métodos tiránicos o brutales y, en definitiva, ineficaces para establecer las bases de un sistema político consistente y perfeccionable, la difusión que se tejía de día se destejía en desprestigio a la hora de las penumbras.

Puede afirmarse que recién en la década del 90 corrientes liberales orgánicas alcanzaron una dimensión política suficiente para integrarse a un gobierno democrático y legítimo y pudieron en él ocupar puestos de responsabilidad y desplegar en condiciones distintas la propagación de sus principios. Se trató de una experiencia que duró más de una década pero que no pudo garantizarse continuidad.

Desde el comienzo del nuevo milenio, esa experiencia y, en general el sistema político en su conjunto, se encuentran en una crisis de la que no logran emerger.
De esa crisis no podrá salirse con una concepción como la que al principio de esta intervención definimos, con Berlin, como la de la “libertad negativa”. Esa crisis es ya la manifestación más clara de la centrifugación del poder y, en verdad, la tarea heroica que la Argentina tiene por delante es la reconstrucción del poder para eludir un proceso de disolución y anarquía.

Escribió Samuel Huntington hace ya algunas décadas: “La oposición al poder, la sospecha del gobierno como la más dañina corporización del poder son los temas centrales del pensamiento político americano". Agrega Robert D. Kaplan en un trabajo sobre el mismo Huntington: "Otro problema del pensamiento americano reside en que nuestra historia nos enseñó cómo limitar el gobierno, no cómo construirlo desde cero. Nuestra seguridad, producto de la geografía, fue ganada sin gran esfuerzo, como lo fueron nuestras instituciones y prácticas gubernamentales heredadas de la Inglaterra del siglo XVII. La Constitución regula cómo controlar la autoridad. El problema de los latinoamericanos, los asiáticos, los africanos y los países que fueron comunistas reside en cómo establecer la autoridad”.

Aunque escritos y pensados hace algún tiempo, esos conceptos tienen –en el caso de Argentina- una incuestionable actualidad. Lo que la Argentina necesita es una concepción que asocie y religue libertad y construcción de poder; tradición y modernidad; economía libre y equidad social, entendida como igualdad de oportunidades; modernidad y tradición; globalización e identidad nacional; cambio e instituciones estables. Un liberalismo que abreve en Alberdi, en José Hernández, en Sarobe (para no dar ejemplos más próximos y eventualmente polémicos) tiene indudablemente un espacio en la Argentina de la era de la globalización.

5 dic 2009

PANORAMA POLÍTICO SEMANAL

por Jorge Raventos

Néstor Kirchner: un derrotero

“La opinión de que el
mejor resultado de una guerra
sólo puede ser la victoria
ha estado muy extendida.
Sin embargo, hay quien
ha sospechado que esa
opinión quizás fuera errónea”


Shimon Tzabar . Cómo perder una guerra y por qué. La estrategia para
la derrota, Siglo XXI Editores,Buenos Aires,2005.

Después de la jornada del jueves 3 de diciembre, cuando, en virtud de su propia conducción, sus fuerzas parlamentarias convirtieron un buen acuerdo en un revés no meramente simbólico, Néstor Kirchner confirmó su fama de gran organizador de derrotas. No fue en las áridas tierras patagónicas donde adquirió esa reputación: en rigor, en Santa Cruz supo ganar sin demasiados problemas tanto dinero como elecciones. La cosa cambió cuando reemplazó los aires australes por las luces del centro.

Si bien se mira, por mérito propio Kirchner ha perdido más de lo que ganó; ya perdió, inclusive, buena parte del poder que consiguió construirse en tiempos de vacas gordas. Para empezar por lo primero: obtuvo sendas derrotas en las dos elecciones de carácter nacional en las que fue candidato: la primera, en 2003, ante Carlos Menem, donde ni siquiera el activo respaldo del aparato bonaerense que orientaba Eduardo Duhalde le alcanzó para superar en votos al riojano. Fue la compleja arquitectura jurídico-electoral que Duhalde dibujó en 2003 (y en modo alguno el inexistente atractivo del santacruceño) la que terminó por forzar la retirada de Menem y le allanó a Kirchner el camino a la Casa Rosada.

El segundo fracaso comicial ocurrió este año, el 27 de junio. Para lograrlo, Kirchner decidió convertirse precipitadamente en bonaerense y, con su reconocido poder de convicción, persuadió a decenas de jefes territoriales justicialistas para que se convirtieran en “candidatos testimoniales”. No satisfecho con esa leva de voluntarios, se ocupó de anunciar que la elección bonaerense, donde él encabezaba la boleta oficialista, por ser “la madre de todas las batallas”, debía ser considerada “un plebiscito sobre el modelo”. En fin: transformó una competencia de renovación parlamentaria en un pasa-no pasa. No es crueldad sino franqueza recordar que perdió mal y que si muchos de los lugartenientes a los que arrastraba a idéntico desastre consiguieron evitarlo fue porque, con astucia, desconfiaron de su conducción y omitieron discreta u oblicuamente el cumplimiento de sus instrucciones.
Antes de volver a buscarlos, él caracterizó como traidores a esos hombres sabios y les echó encima sus mastines disciplinarios.

Un año antes de la caída de junio, la visión estratégica de Kirchner había conducido al gobierno de su esposa a la batalla por la Resolución 125, una cruzada que consiguió alzar al campo y a toda la Argentina interior y que consolidó el divorcio entre el oficialismo y las clases medias urbanas, generando así las condiciones que se cristalizaron en las urnas a mitad de 2009.

Entre junio y diciembre, apoyado sobre esa escala de fracasos, Kirchner se lanzó a una fuerte ofensiva instrumentando su mayoría residual en las Cámaras y consiguió de ese modo adjudicarse varios asaltos: con la ley de medios, con la reforma política, con las atribuciones extraordinarias, con la apropiación de fondos provinciales. Volvió a exhibir así su vocación confrontativa, y su decisión de no respetar límites. Kirchner avanzó hacia el cambio de guardia del Congreso al mismo ritmo que había mantenido durante los meses de ofensiva. La oposición política le había cedido la iniciativa por varios meses.

Con todo, en vísperas del jueves 3, ya empezaba a notarse que, pese a las operaciones de cooptación y presión desplegadas desde Olivos, el oficialismo llegaría a la sesión preparatoria en minoría. El jefe de los diputados kirchneristas, Agustín Rossi, dio señales de esa percepción: reconoció que la oposición tendría “un mayor protagonismo” y, ante el hecho de que las fuerzas no kirchneristas reclamaban la mayoría y la presidencia de todas las comisiones de la Cámara, señaló que su bloque no iba a aceptar una "rendición incondicional". Era una lúcida apertura a la negociación de Rossi. En sus palabras podía leerse: “rendición con condiciones”.

La oposición no leyó a Mao Tse Tung. En su manual de guerra de guerrillas, el líder chino aconsejaba replegarse cuando el enemigo presiona, pero perseguirlo cuando huye. La retirada que insinuaba Rossi no llevó a los opositores a exigir más (la presidencia de la Cámara, por ejemplo) sino a buscar un acuerdo, al que contribuyó la diputada Graciela Camaño. El oficialismo quedaría con la presidencia de la Cámara, la segunda vicepresidencia y la autoridad y una relación de fuerzas favorecida en las llamadas comisiones de gestión (Presupuesto y Hacienda, Asuntos Constitucionales, Relaciones Exteriores);todo se coronaría con una aceptación unánime. La oposición argumentaba que de ese modo se evitaba el conflicto potencial que insinuaban la presencia de barras kirchneristas en las galerías altas y la de algunos miles de manifestantes que los bastoneros del oficialismo movieron para que celebraran en la Plaza la coronación de “la ofensiva de Néstor”. Rossi y Eduardo Fellner, tejedores de ese pacto, se adjudicaban un exitazo con esa negociación temprana.

Pero Néstor Kirchner quería más. El siempre desconfía de sus comisionados, los sospecha de blandos y excesivamente dadivosos. Desde Olivos rechazó el acuerdo, convencido de que estaba en condiciones de romper la (“circunsancial”, repetiría más tarde Rossi) unidad de la oposición. La actitud del esposo de Cristina Kirchner irritó a sus negociadores. De hecho, Rossi no sabe aún cómo soportará en adelante la presencia en el bloque de un Kirchner que posa de “diputado raso” pero que pretende convertir en “Chirolitas” a las autoridades formales. El resultado del bloqueo que Kirchner impuso al acuerdo fue, en cualquier caso, que la oposición hizo exhibición de su fuerza (“circunstancial”), forzó la presencia en el recinto del bloque oficialista y terminó imponiendo el acuerdo que Kirchner había rechazado, con lo que, confirmando su itinerario, transformó lo que podía haber lucido como un digno empate, en una nueva derrota.

Por cierto, ni los voceros oficiales ni los medios de comunión kirchnerista dieron cuenta de la caída provocada por el hombre de Olivos. Los que osaron hablar, usaron la palabra “acuerdo”. El Ejecutivo recordó la vieja consigna de que “el silencio es salud” y no aludió a lo que había ocurrido en el Congreso. Señala Shimon Tzabar (Cómo perder una guerra y por qué):” “Los hombres de Estado deben tener cuidado para no fallar los objetivos declarados. La única manera de no errar al blanco es disparar primero y luego dibujar los círculos alrededor de la flecha”.

La primera semana de diciembre se había abierto con las repercusiones de la reunión de la Unión Industrial Argentina en Pilar: el gobierno, que en otros tiempos cortejaba con algún éxito a esa central empresaria, se siente ahora tan alejado, tan aislado que no envió ningún representante a esa tenida. Ni siquiera se asomó Julio De Vido que años atrás animaba al activo grupo Industriales y apuntaba a orientar a la UIA hacia el corral oficial.

Si 2008 marcó el divorcio del gobierno y el campo y la separación sin atenuantes de las clases medias urbanas, ahora se registra la consolidación de un frente de rechazo que abarca al conjunto de los empresarios, al campo, la industria y los servicios, que se aprestan a unificar personería en una organización que llevaría el nombre de Movimiento Productivo. ¿Se puede suponer que esta situación está alentada por la estrategia de Néstor Kirchner, por leyes como que afectan a los medios electrónicos, a Papel Prensa, como las que tocaron los aportes jubilatorios particulares? ¿Se puede suponer que Kirchner y sus “ofensivas victoriosas” son factores que empujan reflexiones como la del presidente de la Corte Suprema en Pilar: “"La propiedad es el derecho que protege lo que se ha ganado, es un tema para la agenda. La propiedad tiene protección constitucional en nuestro país. Es lo que uno tiene derecho a tener y que nadie se lo saque"?

Lo cierto es que ya en el propio oficialismo se observa con creciente escepticismo el derrotero de Néstor Kirchner y se recuerda aquella reflexión del rey Pirro cuando sus amigos lo felicitaron por su victoria sobre los romanos. Pirro les replicó: “Si tenemos otra victoria, estamos perdidos”.

4 dic 2009

CONSENSO PARA EL PROGRESO

por Domingo Cavallo
(publicado en La Nación, Dic 4, 2009)

La experiencia del último cuarto de siglo me ha convencido de que el principal problema de la Argentina del Bicentenario es la falta de progreso. Una nación no progresa si las crisis inevitables que siguen a los períodos de crecimiento conducen a formas retrógradas de organización política, económica y social.

En la década del 90 crecimos a buen ritmo durante un período de ocho años, con una sola interrupción corta en el año de la crisis mexicana. Luego vivimos una larga crisis propia que duró cuatro años. Desde 2003 en adelante, de acuerdo con las estadísticas oficiales, el PBI creció a tasas chinas por un período más largo que en cualquier otro momento de nuestra historia. Sin embargo, hoy, cuando la crisis global nos ha afectado mucho menos que a otras naciones, entre la mayoría de los argentinos reinan la desazón y la desesperanza, mientras que en aquellas otras naciones hay entusiasmo y optimismo. La diferencia está, precisamente, en que en aquéllas hay progreso, mientras que en nuestra nación hay regresión institucional y desconcierto.

En 1910, cuando conmemoró el Centenario, la Argentina integraba junto con los Estados Unidos, Canadá y Australia el conjunto de las naciones que mejor habían aprovechado las oportunidades de progreso que aparecieron durante el proceso de globalización económica liderado, en esa época, por Gran Bretaña.

En triste contraste, en vísperas del Bicentenario la Argentina figura entre las naciones que peor han aprovechado las oportunidades de progreso emergentes del proceso de globalización liderado por los Estados Unidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Europa Occidental, Japón, Canadá y Australia, desde los 50; Corea, Taiwán, Singapur y Hong Kong, desde los 60; China y Chile, desde fines de los 70; la India, el resto de los países asiáticos, los países de Europa Central y Oriental, Brasil, México, Colombia y Perú, desde los 90, tuvieron, por lejos, un desempeño muy superior al de nuestro país.

Si queremos que el tercer siglo de nuestra vida como nación nos vuelva a ubicar entre aquellas capaces de aprovechar con éxito las oportunidades de progreso que ofrecerá la evolución futura del mundo, es muy importante descubrir cuáles fueron las razones del éxito en el primer siglo y del fracaso en el segundo.

Hasta hace doscientos años las condiciones de vida de la población mundial habían cambiado muy lentamente. El progreso económico y social mucho más rápido que se observó durante los dos últimos siglos tuvo como motor la innovación tecnológica, que comenzó con la denominada revolución industrial en Gran Bretaña y se aceleró con el desarrollo científico y tecnológico que lideraron las universidades y centros de investigación científica en interacción con las empresas pioneras, creadas por inventores geniales o que invirtieron tempranamente en investigación y desarrollo. Pero la mayor velocidad con que se difundieron estas innovaciones se debió al fenómeno de la globalización.

Los procesos de globalización, caracterizados por fluidos movimientos de información, personas y capitales, permitieron que la innovación tecnológica cruzara las fronteras y se implementara no sólo en las economías que las originaban, sino también en todas aquellas en las que se crearon condiciones favorables para la inversión en capital físico y humano, ingredientes indispensables para hacer posible la adopción de las tecnologías más avanzadas en todos los órdenes de la vida económica y social. Las guerras y las crisis económicas y financieras significaron pausas y retrocesos, pero la humanidad siguió progresando tan pronto se restableció la paz y se superaron las crisis.

Durante la segunda mitad de nuestro primer siglo de vida, la organización nacional, inspirada por Alberdi e instrumentada por Urquiza, Mitre, Sarmiento, Avellaneda, Roca y los estadistas que los sucedieron, abrió nuestra joven nación a las personas y capitales que buscaban nuevos espacios económicos y sociales para afincarse y desarrollarse. Con ellos llegaron las tecnologías que se sumaron a las creadas en nuestras incipientes universidades, escuelas técnicas y establecimientos agropecuarios e industriales. El énfasis puesto en la educación popular y el clima de libertad y de respeto a la ley que se fue acentuando con el paso de las décadas permitieron un ritmo de progreso que, hacia nuestro Centenario, provocaba la admiración del mundo.

En claro contraste con esta experiencia exitosa, cuando comenzaron a prevalecer ideas aislacionistas y antiliberales contrarias al espíritu de la Constitución nacional, desde la década del 30, la sociedad argentina comenzó a quedar rezagada con respecto a las de muchas otras naciones que modernizaron a ritmo rápido sus estructuras productivas y perfeccionaron sus instituciones sociales. En otros términos: nuestras mentes y nuestras fronteras se cerraron al influjo de las corrientes de pensamiento e innovaciones tecnológicas que hicieron progresar al mundo. Al mismo tiempo, la falta de competencia y estímulos fue adormeciendo el espíritu creador y emprendedor de nuestros jóvenes.

Las dos últimas décadas volvieron a repetir casi como un espejo embrujado este repliegue de la historia de los dos primeros siglos de nuestra vida como nación. Durante la década del 90 comenzamos a revertir nuestro aislamiento internacional y creamos condiciones para que la inversión interna y externa permitiera un rápido proceso de modernización de nuestras estructuras productivas. La buena relación de la Argentina con el mundo y el respeto de las normas internacionales rindieron sus frutos no sólo en términos de crecimiento económico y erradicación de la inflación, sino también en términos políticos. La Argentina ingresó en el Grupo de los 20, un ámbito de coordinación entre los gobiernos de las naciones para asegurar que la globalización permita acentuar el progreso y supere las crisis inevitables.

El rezago de las reformas sociales y políticas que hubieran sido necesarias para encontrar soluciones superadoras a la crisis económica que se inició en 1999, cuando nuestro país tuvo que soportar condiciones externas muy desfavorables y comenzaron a sentirse los efectos de la insuficiente disciplina fiscal y el excesivo endeudamiento, determinó que la salida de la crisis se lograra, en 2003, con una reversión del proceso de apertura hacia el mundo y el abandono de las reglas que habían favorecido a la inversión modernizadora de la economía en la década anterior.

Esta regresión no se dio en otros países. Sin ir mas lejos, Brasil, México, Colombia, Perú y Uruguay, que por la misma época habían comenzado a abrir sus economías y a introducir reformas económicas y sociales en la misma dirección, sufrieron crisis no muy diferentes de la nuestra, pero mantuvieron su compromiso con las normas que regulan las relaciones entre naciones y, lejos de revertir, perfeccionaron el clima favorable a la inversión modernizadora.

Esta diferente reacción frente a las dificultades que casi siempre enfrentan los procesos nacionales de apertura y modernización explica la gran diferencia que existe hoy en el estado de ánimo de los ciudadanos de estos dos grupos de naciones. Mientras en Brasil, México, Colombia, Perú y Uruguay reinan el optimismo y la esperanza de un futuro mejor, en la Argentina cunden el pesimismo y la desesperanza.

Resulta paradójico que en casi todos aquellos países el efecto negativo de la crisis global iniciada en los Estados Unidos en 2008 fue mucho más fuerte que en la Argentina y, sin embargo, ahora que ha comenzado la recuperación de la economía global, los países que se mantuvieron abiertos y con reglas amistosas hacia la inversión avizoran nuevamente un futuro de progreso, mientras que en nuestro caso ocurre lo contrario. Se manifiesta un angustiante estado de desorganización económica y social, al que se suma el evidente desafecto y desinterés de naciones y organizaciones que antes nos buscaban como socios o aliados y ahora, cuanto menos, nos ignoran. Hasta se han escuchado opiniones que objetan nuestra silla en el Grupo de los 20.

Doscientos años de historia, rica en contrastes y experiencias de todo tipo y susceptible de ser comparada con la de muchas naciones que enfrentaron desafíos semejantes, deberían ser suficientes para ayudarnos a identificar el camino que puede devolver progreso para nuestro pueblo y el respeto y la amistad del resto del mundo.

CONTENIDO

PANORAMA POLÍTICO SEMANAL
por Jorge Raventos
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ANESTESIA SIN CIRUGÍA
por Diana Ferraro

PRODUCCIÓN Y CONSUMO: UN DILEMA ARGENTINO
por Víctor E. Lapegna

2011: ¿Y AHORA QUÉ?
por Diana Ferraro

UNA LECTURA DE LA BATALLA DE VILLA SOLDATI
por Victor E.Lapegna

LA MALA VIDA
por Claudio Chaves

LA RESTAURACIÓN LIBERAL
por Diana Ferraro

A GRANDES MENTIRAS, GRANDES VERDADES
por Diana Ferraro

LA MUERTE DE KIRCHNER PRIVA AL GOBIERNO DE SU VIGA MAESTRA
por Jorge Raventos

LA UNIFICACIÓN DEL PERONISMO
por Diana Ferraro

RETENCIONES: NO A LA SEGMENTACIÓN
por Gabriel Vénica

EL TIEMPO DE LOS POROTOS
por Diana Ferraro

KIRCHNER: CAPITALISMO DE AMIGOS Y PARTIDO DEL ESTADO
por Pascual Albanese

EL PERONISMO LIBERAL Y MAURICIO MACRI
por Diana Ferraro


ARGENTINA EN LA ECONOMIA GLOBAL - I y II
por Domingo Cavallo


EL PERONISMO LIBERAL Y EL DERECHO DE FAMILIA
por Diana Ferraro

EL DESFILADERO
por Diana Ferraro

HUMOR
por Enrique Breccia


ANOTACIONES SOBRE LOS CAMBIOS EN EL AGRO ARGENTINO (DE ANCHORENA A GROBOCOPATEL)
por Daniel V. González

EL DISCURSO SIN CANDIDATO
por Diana Ferraro

LA SECRETARÍA DE CULTURA Y EL RETROPROGRESISMO
por Claudio Chaves

DESCENTRALIZACIÓN: LA LLAVE DE LA NUEVA ECONOMÍA
por Diana Ferraro

LA V DE LA VENGANZA
por Claudio Chaves

ALGUNOS PROBLEMAS DEL POPULISMO
por Daniel V. González

PERONISMO PORTEÑO: PROPUESTA
por Victor Eduardo Lapegna

LA REVOLUCIÓN SIN NOMBRE
por Diana Ferraro

FEDERALISMO O POPULISMO
por Claudio Chaves

ELOGIO DE LA VERDAD
por Diana Ferraro

CONDUCCIÓN, CONDUCCIÓN
por Diana Ferraro

EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO
por Claudio Chaves


LOS BOQUETEROS Y EL PERONISMO FEDERAL
por Diana Ferraro

QUÉ QUEDÓ DE LA VIEJA IZQUIERDA
por Claudio Chaves


EL CAPITAL POLÍTICO
por Diana Ferraro

LOS MOTORES DEL CAMBIO
CIPPEC

DINERO Y CRÉDITO
por Domingo Cavallo

RETENCIONES CERO
por Gabriel Vénica

LOS MOTORES DEL CAMBIO
Los Productores Autoconvocados

LA AGONÍA ARGENTINA
por Diana Ferraro

10 RAZONES FEDERALES PARA DECIRLE NO AL AUMENTO DE LOS IMPUESTOS
por Gabriel Vénica


EL CAPITAL DEL PUEBLO
por Diana Ferraro

EL PODER EJECUTIVO DESAFÍA LA LEGALIDAD
por el Senador Carlos Saul Menem

LA HOJA DE RUTA DEL PERONISMO LIBERAL
por Diana Ferraro

EL PERONISMO Y UN NUEVO BLOQUE HISTÓRICO
por Jorge Raventos


DOCUMENTO CONFEDERACIÓN DE AGRUPACIONES PERONISTAS PORTEÑAS

LA FUSIÓN PERONISTA-LIBERAL
por Diana Ferraro

EL LIBERALISMO Y LA CONSTRUCCIÓN DE PODER
por Jorge Raventos


CONSENSO PARA EL PROGRESO
por Domingo Cavallo

UNA REORGANIZACIÓN DEMOCRÁTICA DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS
por Víctor Eduardo Lapegna

LA PRUEBA HISTÓRICA DE UN FRAUDE INTELECTUAL
por Domingo Cavallo


A LA BÚSQUEDA DE UN NUEVO MODELO PRODUCTIVO Y DEL BIENESTAR
por Armando Caro Figueroa


LA POBREZA EN LA ARGENTINA Y COMO COMBATIRLA
por Víctor E. Lapegna


ES MEJOR SUBSIDIAR LA NUTRICIÓN
por Juan J. Llach y Sergio Britos

PRESENTACIÓN DE PERONISMO LIBRE
por Diana Ferraro


CONTACTO

Propuesta y Coordinación de Peronismo Libre:
Diana Ferraro
diana.ferraro@gmail.com

Colaboraciones:
Enviarlas a:
peronismolibre@gmail.com

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